PELICULA: LA CAIDA
¿Qué servicio se le presta a las víctimas del Holocausto al preservar el mito sobrehumano del principal responsable del genocidio? Ninguno. Adolfo Hitler era un ser humano. Su capacidad para la maldad, su habilidad para contagiar el odio y su organización industrial del genocidio no fueron producto de un ser sobrenatural o una inteligencia extraterrestre. El peor de los monstruos tenía absoluta compatibilidad genética con el resto de nosotros. El responsable directo de la muerte de millones de personas, también era capaz de mostrar dulzura frente a un grupo de niños. El mayor criminal del siglo XX era un caballero con las damas y afectuoso con su mascota canina. Al filmar una película sobre este personaje se corre el riesgo de humanizar a la bestia.
Presentar a Hitler como un miembro más de la especie es un recordatorio vergonzoso de lo que podemos ser capaces. Lo más impactante de la película no es la actuación espeluznante y perfecta de Bruno Ganz, sino el amor, la lealtad y la veneración que sentían los alemanes por el hombre que convirtió a su pueblo en una nación de verdugos y asesinos.
Desde hace 60 años, Alemania ha luchado por encarar los fantasmas de su pasado. En su libro El peso de la culpa Ian Buruma compara los esfuerzos de Japón y Alemania para enfrentar sus atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras Japón prefiere voltear los ojos hacia otro lado y cambiar la conversación, los alemanes han hecho un esfuerzo colectivo para asumir la responsabilidad de su vergüenza histórica. El hundimiento usa el lente de la cámara para mirar a los ojos a esta pesadilla colectiva.
Hitler se convirtió en líder de Alemania gracias al voto de sus compatriotas, pero su aferramiento al poder por 12 años fue consecuencia de la destrucción de las instituciones que permiten la existencia de la democracia. Un parlamento sólido, una oposición activa y una prensa libre hubieran mitigado su talento para propagar la muerte.
Sesenta años después de que Hitler se dio un tiro en su búnker, nos lamentamos de los desfiguros, las torpezas y las lentitudes de la democracia. Quejarse de las imperfecciones democráticas es uno de los mayores privilegios que puede tener un habitante del planeta Tierra. Las penurias de quienes se lamentan de no tener democracia alguna son sin duda mucho más dolorosas.
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